Jueves Retro: Masaru Tamashiro, fundador de uno de los viveros más famosos de Córdoba

Su nombre es Masaru Tamashiro, hoy tiene 77 años y desde hace 52 vive en Argentina, dejando atrás a su tierra madre: Japón. Él, al igual que millones de inmigrantes, descubrió en nuestro país y en Córdoba, más específicamente, una nueva oportunidad. Durante décadas (hasta el año 2018) fue el dueño de "Vivero Tamashiro" un gigante y reconocido dentro del rubro de las plantas en zona norte. Compartimos la entrevista que le hicimos hace ya 13 años.

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¿Cómo era su situación por la que estaba atravesando en Japón que lo llevó a tomar la decisión de emigrar?

Yo nací cerca de Hiroshima, en la provincia de Okinawa en el año 1943, antes de la guerra. A los 25 años vine a Argentina solo. En los años ’70 y ’73 todavía la gente salía de Japón porque no era muy buena la situación general. Yo estudié y me preparé para emigrar -soy agrónomo-, ya que había que prepararse. En aquella época el deseo de todo el grupo era emigrar para buscar fronteras nuevas.

¿Por qué eligió Argentina?

En aquella época yo estaba analizando a qué país venir. Las opciones eran Canadá, Norteamérica, Brasil, Bolivia y otros países más. Pero analicé todo: En Canadá hacía frío, en Norteamérica… y en Brasil había que tener cuerpo y fuerza. En Argentina había más posibilidades para mí, que venía a luchar solo. Argentina era un flor de país y atraía a mucha gente. Los inmigrantes en aquella época, para entrar a Brasil y a la amazona, y para luchar contra el campo virgen, tenían que formar familia, porque solo no se puede trabajar, y yo estaba solo, y además se necesitaba capital y mucha fuerza. En cambio, en la ciudad, había otra forma de luchar, y en Argentina era más fácil, y además el nivel de vida era mucho mejor.

¿Y una vez en Argentina…?

Yo llegué y preparé todo. Para trabajar solo, alquilé un terreno chiquitito en el centro (para  Vivero) para probar qué pasaba. Como me fue bien, después de tres años vine a Córdoba y abrí vivero “Tamashiro” (Monseñor Pablo Cabrera pasando el C.P.C.).

¿Cómo atravesó los primeros meses en la nueva tierra?

Como todo inmigrante, al principio sufrí mucho. Pero en aquella época Argentina era muy generosa. Había muchos inmigrantes de Italia, España (…) y entre inmigrantes había sufrimiento, entonces, cuando yo les decía que era nuevo en Argentina, ellos me ayudaban. Entre inmigrantes se ayudaban, y me prestaban o materiales que me hacían falta para armar todo o me enseñaban cómo se hacían algunas cosas. Pero el sufrimiento era normal. Mi familia, que estaba en Japón, me enviaba cartas y yo también, y ellos me deseaba que lograra mis sueños, entonces me apoyaban en espíritu. Yo me vine en barco, y el viaje duró 72 días, y ahí ya me empecé a sentir que estaba muy lejos. Después de dos o tres años se empieza a sentir nostalgia. Vos sos cordobés, pero si te vas a otra provincia, te llega nostalgia. Yo me había ido tan lejos, que ya no podía volver, entonces tenía que aguantar y aguantar. Pero esa situación de nostalgia después de tres años se pasa. Los que no aguantan y se vuelven, siempre lo hacen antes de los tres años de haberse ido. Si uno pasa tres años, la nostalgia se va sola y uno se adapta.

¿Cómo logró adaptarse?

Buscando amigos de la nueva tierra y haciendo conexiones con la gente. En Argentina me recibieron muy bien. En aquella época, en el terreno que yo había alquilado, había una señora que tenía un quiosco en ese lugar. Entonces, cuando yo alquilé ese terreno, ella se tenía que ir, pero ella necesitaba ese lugar y ese quiosco para vivir, entonces me preguntó si la podía dejar, y le dije que si. Yo me quedé con una superficie de tres por tres metros. Esa señora, después que  instalé todo en ese lugar, trajo café con leche y yo se lo recibí. Al día siguiente también trajo café con leche, y al tercero también, y entonces le pregunté: “¿Por qué usted trae café con leche?”, y ella me respondió: “Yo agradezco a usted,  porque yo puedo seguir trabajando en este lugar. Por favor, recíbalo”, y durante tres años, ningún día dejó de traer café con leche. Ella demostró la amistad y generosidad de la gente de Argentina, y a eso yo nunca me lo olvido. Ella falleció y yo siempre quise agradecerle su gesto invitándola a cenar, pero no alcanzó el tiempo.

¿Le gustaría volver a vivir en Japón?

Al árbol muy grande es difícil transplantarlo, porque tiene raíces muy profundas. Yo ya estoy acostumbrado. Tengo hijos grandes, amigos (…) mi vida ya está acá. Si me gustaría ir para visitar, pero para volver a vivir no.

Muchos argentinos, sobre todo durante el año 2001/02, emigraron en busca de un sueño: ¿Qué opinión le merece esta situación, que es inversamente proporcional a lo que sucedió en los tiempos en que usted llegó a Argentina?

La calidad de vida sube y baja en todo el mundo, lo que pasa es que acá en Argentina se nota mucho. El 2001 a mí no me afectó porque cada un tiempo pasan esas cosas, entonces yo estaba preparado. Yo veo que en otros países el gobierno protege mucho a la gente. Acá también, pero más que protección del gobierno, uno mismo hay que protegerse y hay que prepararse. No hay que esperar ayuda de otro. Los inmigrantes que vinieron de afuera lucharon ellos mismos y solos, nada más que ese espíritu de trabajo y sacrificio se perdió.

*Esta nota fue publicada en la edición de Julio de 2007 de Expresión Norte.