En el marco del Proyecto de Oralidad, Lectura y Escritura que se desarrolla en el Ipem 198 Dr Martín Ferreyra, en sexto año orientación Economía la profesora Leticia Rubira desarrolló un taller de escritura creativa.
El formato “taller”, permitió durante varias clases promover el proceso de escritura, la corrección y la autocorrección, así como el formato, el orden y la incorporación de recursos literarios. El objetivo no era solo que los alumnos pudieran generar textos de manera coherente, creativa y original, sino también la lectura comprensiva de los mismos.
Desde el colegio presentaron 3 de estos textos, para ser compartidos con la comunidad:
“No puedes comprar el tiempo cuando es tarde”
Qué ojazos tan llamativos e hipnotizantes, con una mirada que te dejaba loco, un pelo tan brillante como el sol a las cuatro de la tarde en pleno verano, una voz tan dulce como los mates que solía preparar mi abuela y un cuerpo que parecía estar tallado por los mismos dioses, bueno, ella era Gabriela, la mujer de mis sueños. Todas las tardes, a eso de las cinco y media, me asomaba por la ventana para ver si pasaba hacia la panadería a comprar los criollos para el té, nunca me digné a hablarle de cerca, solo a saludarla con los ojos. Desde que tenía 17 años que me enamoré de esa mujer, y ella nunca se fijó en mí, estaba comprometida con un inútil a quien solo le importaba la plata y en los momentos más difíciles de ella, desaparecía.
Recuerdo haberla visto llorando muchas veces bajo su galería mientras llovía, el agua que caía le salpicaba la cara y ella intentaba disimular que estaba bien, que no se sentía tan sola, que no le hacía falta su presencia, que le bridara todo su amor y su compañía.
Ahora voy a hablar de este hombre que hacia sufrir a Gabriela, este hombre que en lo único en que pensaba era en la plata y más plata. Trabajaba todo el día y todos los días, no había otra cosa que le interesara, solo vivía contando monedas. A Gabriela no le hacía falta plata, tampoco le sobraba, lo que tenía le bastaba, ella si hubiera querido se podría haber dedicado a viajar, pero no, ella prefería quedarse en su living, mirar a través de su ventana, esperar el regreso de él y dejar que pase el tiempo
Era una mujer tan simple, le encantaba mirar los amaneceres, casi siempre en compañía de él, sentados, haciéndose mimos y agarrados de las manos, hasta que él se hizo rico.
La soledad la consumió, pedía a llantos que él no la soltara, que no se sintiera obligado a quererla, que se quedara aunque sea un día a medias con ella, con eso le alcanzaba, pero ese idiota se reía y se burlaba frente a su cara.
Pasaron varios años, todo siguió igual, soledad y monotonía. Su marido se fue de viaje a Londres a seguir trabajando y ella se quedó en su casa. Su cabeza empezó a llevarla por mal camino y empezó a drogarse todos los días, a inyectarse en los brazos y a mezclar pastillas. Ya no se asomaba por la ventana a ver los amaneceres.
Un día su marido volvió, bajo las maletas del auto, agarro las llaves de la casa y cuando abrió la puerta de encontró con el cuerpo de Gabriela sin vida, frío como un iglú.
N ese momento el hombre no supo qué hacer, se quedó helado y se puso a llorar.
Pasaron los días y él seguía ahí, encerrado, se empezó a poner loco, se le fueron las ganas de seguir trabajando, solo se veía salir humo de su chimenea, en lo único que pensaba era en Gabriela, que ya no estaba. No se supo más de él, si seguía vivo o si la soledad se lo había llevado como hizo con su mujer.
Me olvidé de amarte
Hoy estando en mi soledad recuerdo aquellos tiempos cuando te quería dar felicidad y solo te di tristeza a ti, mi querida Gabriela.
Recuerdo cuando te conocí en una juntada del barrio, eras tan hermosa, con tu mirada de ángel caído que vino a iluminarme. Nos volvimos amigos, con el pasar de los meses nos volvimos novios; y los dos juntos nos convertimos en uno, eras mi soñadora, mi musa inspiradora. La que me impulsaba a conseguir los palacios que soñabas en tu mente de fantasía, cuando yo solo soñaba con palacios fríos de cemento pero reales, que quizás en vida se desmoronaban. El tiempo pasaba como arena de un reloj y yo de tu amor me olvidaba, porque le trucaba a la vida por darte a ti todos tus sueños.
Me fui a Londres para seguir con lo que soñaba y tú te fuiste metiendo en abismos de soledad, en donde navegabas en mares de coñac añejado, tratando de buscar las caricias de otras manos ya que, de las mías te habías olvidado, porque ya no saciaban el amor y la pasión que sentíamos juntos en nuestra juventud. Volví porque me di cuenta lo que me pasaba, me dejé cegar por el vil dinero; pero te encuentro en nuestro palacio, fría cual lápida de cementerio.
Mi mente no alcanza a superar tu partida mi Gabriela, me pregunto por qué te apagaste, y allí vi a tu lado las perlas del olvido y las aguas del coñac; y me fui convirtiendo en un loco al saber que volaste porque te solté mi bello ángel de mirada iluminada.
Mis riquezas las quemaré en el infierno ardiente de la soledad en la que me he quedado por no seguir tu felicidad, y yo me hundo para apagar el dolor que te causé, mi amada Gabriela…
Las Siete Vidas de un Millonario
Ella amaba, amaba bien. Frente a los ojos de su hombre, todos sus problemas se volvían inferiores a ellos dos. Le gustaba el amor bueno, de esos que nombraban un planazo, una simple tarde de lluvia con un café en el sillón tapados con una frazada. Era simple y con dolor, un corazón golpeado que no pedía más que un amanecer junto a él. Tanto amor desperdiciado en vano.
Él era tan distinto a ella, se la pasaba trabajando sin necesidad económica, desperdiciando tiempo en vez de disfrutarlo con la bella mujer que tenía al lado. No sabía lo que tenía hasta que lo perdió, resultó ser que un día ella intentó explicarle todo lo que sentía y llorando le dijo la soledad y miedo que tenía, él no la escuchaba y sólo la interrumpía, sin saber que todo ese amor se escaparía y que aquella mujer intentaría acabar con todo su dolor.
Una tarde fría como ella misma, se despidieron ambos por un viaje de trabajo que le surgió a último momento a Ulises.
Gabriela con todas sus ganas lo abrazó y él con prisa se alejó. No supo que era su último abrazo hasta la vuelta de su viaje, de regreso a casa, la encontró fría como el mármol en la escalera, envuelta de botellas y pastillas.
Sin entender lo que veía, Ulises fríamente observó todo su alrededor, intentó despertarla pero nada daba resultado. Entonces fue en ese momento en el que entendió todas sus palabras, las horas en el sillón, los llantos y el dolor, a los que él llamaba “estupidez”.
Angustiada con un mal presentimiento, recibí una llamada de ese hombre; una llamada que cada diez años aparecía para destrozarme el alma de a poquito, como cuando llamó para anunciar la muerte de mi padre. Retorcida en dolor fui hacia la cocina a contarle a mi madre con todo el odio y el rencor del mundo lo que había sucedido y enojada con la vida le preguntaba a Dios: por qué se había llevado a Gabriela, por qué se había llevado a mi hermana…
Por otro lado Ulises, encerrado en la culpa y el dolor que tanto le costó encontrar, no sabía qué hacer para disculparse, para aceptarlo… ¡Por su culpa, Gabriela murió!
Se encontraba en un pozo profundo de culpa del que jamás pudo salir. Preguntándose y repitiéndose una y otra vez todas las palabras que ella le decía.
Sin volver a saber de él, seguí con mi vida, intrigada en saber si en algún momento de su retorcida forma de vivir, podrá continuar con la suya; entendiendo que el dinero que tanto amó en su momento, jamás podrá regresar el tiempo perdido. Ya es demasiado tarde.