Una familia unida por el Pádel que fortaleció sus lazos familiares

En una cancha de pádel se corre, se grita, se ríe y también se llora. Pero cuando se juega en familia, se multiplica todo: la emoción, la pasión, el compromiso. Así viven este deporte los Molina-Gatica-Olmos-Bosch-Apaza-Alegre-Altamirano, un verdadero clan deportivo que encontró en la paleta y la pelota mucho más que un pasatiempo.


Con integrantes de entre 10 y 68 años, y desde distintos barrios de Córdoba, esta Tribu de 26 personas denominada “LIGUEROS FAMILIAR” ha hecho del pádel su lenguaje común. Y no, no se trata solo de partidos improvisados los fines de semana. Aquí hay organización, ligas, torneos, tribunas bulliciosas y hasta llaves prestadas para cerrar cumpleaños en una cancha.

Todo empezó con Natalia Molina, de 42 años, una madre, hermana, hija y jugadora intensa. “Después de unos años medios caóticos, entré en el mundo del pádel y no quise salir más. Empecé a invitar a cada uno de mi familia. Por ejemplo, mi hermano se separó, también quería compartir más con él, lo invité y ahí nomás entró a la secta. ¡No pudo salir más!”, cuenta “Naty” entre risas.

Desde entonces, cada integrante fue sumándose con entusiasmo. Hoy, el grupo combina padres, hijos, primos y amigos que se sienten de la familia. “Somos todos muy intensos, tribuneros. Nos une la pasión del pádel y también Belgrano como familia. Siempre tenemos motivos para festejar”, dice la cara visible de los “Ligueros”.

Y cuando juegan entre ellos, se cruzan historias emotivas. “En uno de los primeros torneos me tocó una semi con mi hijo más grande. Entre cambio y cambio llorábamos, nos puteábamos, nos amábamos. Lo estábamos pasando mal, pero mi compañera me dijo ‘tranquila’, me relajé, y ellos ganaron el partido. No es excusa ni digo que les regalamos el partido, pero era muy difícil jugarlo como se debía. Ellos se lo merecían, eran un equipazo”.

El pádel no es solo una actividad para esta familia cordobesa: es un ritual, una pasión y una excusa perfecta para encontrarse. Desde el más chico de 10 años hasta el abuelo de 68, todos tienen su lugar dentro y fuera de la cancha.

La logística para coordinar a tantos jugadores es casi la de un club propio. “Estamos todos anotados en dos ligas y tenemos un grupo donde organizamos los partidos de la semana. A veces nos toca jugar en dos clubes distintos y andamos a las corridas, lo vivimos a full”, explica “Naty”. “Alguna vez alguien nos acompañó que no es del pádel y dijo: ‘¡estos están re locos!’. Vamos 10 en un auto, con perro y todo”, se ríe.

El compromiso no es menor. “A los nuevos que vamos sumando les explicamos que un partido es un compromiso. No se puede faltar o llegar tarde porque hay dos esperando. Un club que reservó una cancha. Un compañero que cuenta con vos. Nosotros ya lo teníamos naturalizado, pero cuando lo explicás, entendés el peso que tiene”.

Partidos, pasiones y lazos eternos

Más allá de la competencia, el pádel se convirtió en un refugio. “No voy a decir que no hay peleas, pero todo está permitido en la adrenalina de los partidos. Los nervios de los tribuneros a veces son peores que los de los que están adentro. Y siempre hay un tercer tiempo, con Fernet de por medio. El pádel nos saca de la rutina, el trabajo, las cuentas. Nos lleva a ese mundo donde te olvidás de todo”, cuenta.

El deporte, sencillo de aprender pero complejo de dominar, les enseñó mucho más que técnicas. “Es desafiante individualmente también. Tenés que saber manejar la cabeza, ser buen compañero. Manejar las emociones es lo más difícil. Es un desafío constante para ser mejor jugador y mejor persona”.

“El Pádel nos saca de la rutina, el trabajo, los problemas, las amarguras y las cuentas. Nos lleva a un mundo donde te olvidás de todo”

La mirada del patriarca…

Julio Molina (68 años), el abuelo del clan, también forma parte activa de este fenómeno familiar. “Empezó con mi hija Natalia. Yo ya había jugado pádel en los 90, pero no me gustó y seguí con el frontón. Ella nos invitó a jugar y de a poco nos fuimos sumando. Hubo una convocatoria familiar en City Pádel, creo que fue antes de la pandemia”.

Para él, el pádel ya no es solo un deporte. “Pasó a ser un espacio más de encuentro familiar. Por ejemplo, Silvia no lo practica pero festejamos su cumple en un club de pádel. También nos acompaña cuando hay torneos. Yo disfruto mucho poder jugar con mi hija, mi hijo, mis nietas y nietos”.

Aunque no siempre juega con todos, se mantiene activo. “Juego turnos con la familia y con amigos. Ahora estoy participando en un torneo con mi hija. El pádel ocupa un lugar importante, tanto que, al programar una juntada familiar, tenemos que tener en cuenta la actividad de cada uno. Hay un compromiso deportivo”.

Julio lo tiene claro: “Compartir una actividad en familia es clave para sostener los vínculos. Y el pádel es ideal porque lo puede practicar todo el grupo. Recomiendo a los adultos un chequeo médico antes de empezar cualquier actividad física. Lo atrapante del pádel es que es para todas las edades, tiene reglas simples y una exigencia física media. No sé si nos cambió como grupo, pero sí sumó algo más para compartir en familia”.

Una familia en modo pádel

Así, lo que comenzó con una invitación de Natalia se convirtió en una forma de vida para una familia entera. Desde la intensidad de los partidos hasta la calidez de los abrazos al costado de la cancha, cada encuentro tiene algo de ritual, de catarsis, de celebración. Con más de 25 integrantes unidos por la pasión, organizan ligas, comparten torneos y convierten cada encuentro en una fiesta. La red que más los sostiene no es la del juego: es la de los afectos.

“Nos une el pádel, pero más nos une todo el amor que nos tenemos entre todos”, cuenta Natalia. Este deporte no cambió a la familia: la fortaleció y le dio una cancha propia donde siempre hay lugar para uno más.

Con el paso del tiempo, el grupo se expande sin perder la esencia. “Siempre fuimos una familia muy unida. Nos gusta incluir amigos que queremos como familia. Nos manejamos desde el amor, el respeto, la compasión, el compañerismo. Nos une el pádel, pero más nos une el amor que nos tenemos”, expresa “Naty”, la mamá de Tomás, Santino, Delfina y Juan Cruz.

Porque cuando una familia encuentra su lugar en el mundo, lo defiende, lo comparte, lo vive con pasión. Y esta familia lo encontró entre paletas, pelotas y una red. En cada partido, se juega mucho más que un set: se juega el amor de estar juntos.

¡Hay equipo! 

JUGADORES🎾
1. Natalia Molina 42 Años
2. Rodrigo Gatica 38 Años
3. Tomás Olmedo 19 Años
4. Santino Olmos 16 Años
5. Delfina Olmos 11 Años
6. Juan Cruz Olmos 10 Años
7. Sebastián Molina 44 Años
8. Alejo Ocampo 20 Años
9. Chu Molina 17 Años
10. Julio Molina 68 Años
11. Damián Gatica 39 Años
12. Agustin Apaza 21 Años
13. Guada Bosch 17 Años
14. Pablo Bosch 16 Años
15. Juan Alegre 41 Años
16. Héctor Altamirano 56 Años

TRIBUNEROS🎉
17. Laura Forni 22 Años
18. Maria Noel Cejas 50 Años
19. Sebastián Ferrer 42 Años
20. Gabriel Ferrer 16 Años
21. Silvia Bazán 66 Años
22. Leonel Valdez 19 Años
23. Norma Ligorria 62 Años
24. Andrés Apaza 60 Años
25. Agostina Molina Ocampo 22 Años
26. Flor Bosch 23 Años (Hoy en el Cielo)