La peatonal cordobesa la vio antes como una cantante más entre los artistas callejeros. Pero Gabriela no era una voz cualquiera: su canto llevaba consigo la urgencia de una madre, el peso de enfermedades que reclaman tratamientos caros y la exigencia de sostener cuatro vidas. Día tras día instalaba su parlante, afinaba su voz, sorteaba miradas apuradas y la lógica dura de una ciudad que avanza sin detenerse. A veces se detenían unos segundos, otros segundos más, y esas almas generosas dejaban “algo a la gorra”. Para “Gaby”, esos “algo” eran medicinas, análisis, insumos, transporte para los niños, días de guardia médica.
Su variado repertorio musical incluye cuarteto, cumbias y melodías.
Ella nació para cantar, pero no eligió ser enferma. Con Lupus sistémico, sus articulaciones duelen, sus riñones tienen fases delicadas, los huesos le recuerdan que el cuerpo no siempre responde. Los trabajos formales se volvieron imposibles: turnos rígidos, exigencias físicas, días de recaída. Con el padre de los mayores ausente hace años, recayó en ella la obligación de ser soporte único, refugio, fuerza. Sus hijos: Morena, José, Agustín y otro bebé menor. Agus, el tercero, nació con síndrome de Jacobsen —un trastorno genético poco frecuente— que conlleva retraso motriz, complicaciones físicas, necesidades médicas especiales. De hecho, sólo se da en uno de cada cien mil nacimientos.

En barrio Nuestro Hogar II, “Gaby” vive una doble batalla: su cuerpo enfermo y la responsabilidad de criar sola a sus hijos. Con diagnóstico de Lupus, afecciones renales y osteomusculares, no logra acceder a un empleo formal.
De la Peatonal a la pantalla grande
En septiembre de este año, su historia cruzó el umbral de la pantalla. Participó en el programa de Guido Kaczka, y ante millones de espectadores contó su vida, cantó con Agus en brazos y emocionó al jurado y al público. Durante el programa “Buenas noches familia”, su voz fue premisa de solidaridad. Con cada nota que entonaba, el premio –millones– fue aumentando. Al final, “Gaby” se llevó el premio mayor en millones de Pesos. Fue un momento de catarsis pública: el dolor y la esperanza salieron del silencio y se hicieron noticia.
Ese premio no fue un gesto simbólico: cambió su horizonte. Con sus ingresos diarios, que pueden llegar a 50 mil u 80 mil pesos en un buen día, esta ayuda solidaria marcó una diferencia enorme para poder costear el tratamiento de su querido hijo. Fue un respiro, una tregua, aunque la enfermedad no cede, aunque la vida no se salde con un solo gran gesto.

Hace unos meses participó en un programa de televisión, cantó junto a su hijo con síndrome de Jacobsen y obtuvo un premio económico que cambió las reglas del juego. Ahora su cántico diario en la peatonal lleva consigo carga de dolor, de lucha y una renovada esperanza.
Volver a la peatonal después del premio pudo ser un acto egoísta de contención, pero “Gaby” lo hizo como si retomara un escenario vital. Su canto, como antes, cruza veredas, entra en locales, acompaña el paso humano. Ahora con un respaldo económico que le da margen para reorganizarse, para planear con menos angustia el mañana. Aun así, sigue allí, sobre la vereda, con Agus a su lado, porque cantar sigue siendo la forma en que se conecta con sus hijos, con el otro, con el mundo.
Cantar para sanar heridas y alimentar esperanzas
Entre los dolores nocturnos, las recaídas, las sesiones médicas, “Gaby” escribe planes. Sueña con un pequeño estudio casero, con dar clases de canto, con combinar su voz con los talentos de sus hijos para generar un proyecto artístico doméstico. No son aspiraciones grandiosas: son deseos que le permitan ordenar su vida, que le otorguen cierta estabilidad. La salud vuelve a ser un enigma, y las obligaciones familiares un horizonte amplio que nunca se estrecha del todo.
En su rutina diaria, el canto sigue siendo su tabla de salvación. No sólo para abrir la cartera del bolsillo público, sino para recordarse que existe, que su voz importa, que sus hijos pueden ver en ella una madre que no abandona. Cuando Agus se ríe al reconocer la melodía, cuando le toma la mano y la mira con ojos que confían, ella entiende que esas conexiones no se compran, se construyen. Y su canto —su esfuerzo— es la historia que ellos van a contar.
Para ella, cantar no es sólo una necesidad económica, sino una promesa: de que los sueños no mueren si uno los canta, de que los hijos crecen no sólo de pan, sino de canciones, de abrazos y de resistencia.
Hoy Gabriela no sólo es “la que canta en la peatonal con su hijo”, sino una mujer que atraviesa el dolor con altitud, que hizo de su voz un recurso vital, que logró que un programa nacional le devolviera algo más que dinero: visibilidad, solidaridad y la posibilidad de recomenzar con menos angustia. Aunque la enfermedad persista, aunque los obstáculos sigan, su canto sigue siendo su rebeldía más humana. Y mientras tenga voz, mientras sus hijos la miren desde la fe, seguirá cantando.
Más info: gabi.hernandez.ok





