
Desde muy joven, Jerónimo Weich —hijo del conductor Julián Weich— sintió que la vida urbana “no le terminaba de cerrar”. En un proceso que lo llevó a despegarse del rugby, los estudios de cine y la comodidad heredada, emprendió una travesía por América latina durante más de un año, dormía en la calle, hacía malabares, vendía artesanías y se permitió aprender a vivir con lo mínimo.
Fue esa experiencia la que le abrió los ojos al desequilibrio social y al valor de lo esencial: “El no tener plata viajando te libera más”, supo confesar “Momo” Weich. De regreso en Argentina, eligió el Valle de Traslasierra cordobés para afincarse y diseñar su propio hábitat ecológico: muros de barro, estructura de “pata de elefante”, materiales reciclados —la obra maestra de una vida consciente.
El proyecto, lejos de ser solitario, se asienta en el trabajo colectivo: minga tras minga (jornada comunitaria de construcción) junto a otros miembros de la eco-comunidad, bancos de madera reutilizada, captación de aguas, permacultura aplicada, y la firme convicción de regenerar en lugar de solo sostener.
La casa invita al asombro no por su opulencia, sino por su ajuste delicado al clima, al terreno y a la lógica del bajo consumo. Los muros de barro y revoque fino regulan la temperatura interior. Las aberturas de madera reutilizada con doble vidrio aíslan y ventilan. La base de la construcción implementa la “pata de elefante”, conjunto de piedras y cemento que protege contra la humedad, técnica que Jerónimo adoptó para garantizar durabilidad y mínima alteración al suelo.
La vivienda combina barro, madera reciclada y ventanales de doble vidrio, siguiendo principios de permacultura. Cada detalle refleja un cuidado extremo por el ambiente y una filosofía de vida autosustentable.
Los muebles bajo mesada, hechos de machimbre barnizado, se combinan con butacas altas de madera maciza y una pequeña barra ubicada junto a una de las ventanas. Como detalle decorativo, las puertas y paredes incorporan vitrales en tonos neutros que contribuyen a iluminar y darle calidez al ambiente.
El interior, minimalista, muestra pisos de tierra compactada, muebles hechos por él con madera recuperada, grandes ventanales que abren al paisaje y conectan con la luz natural. Nada ostentoso; todo pensado para integrarse con el entorno y reducir la huella.
Más allá del ladrillo: un estilo de vida
Además, el hogar se convierte en eje de un plan mayor: construir domos de barro para invitados, una cocina comunitaria, baños compartidos, recibir talleres de oficios vinculados al diseño ecológico, arquitectura natural y vida en comunidad.
Actualmente, “Momo” integra una comunidad enfocada en la agroecología, donde lidera un proyecto relacionado con la creación de un santuario de agua. Su labor se basa en la aplicación estricta de los principios de la permacultura avanzada, lo que implica una combinación equilibrada entre el diseño ecológico, el aprovechamiento de energías renovables y la puesta en marcha de sistemas que permiten una producción natural y autosustentable de alimentos. “Queremos hacer un santuario del agua… generar un paisaje regenerativo, abundante, con producción agroecológica”, adelantó.
Su vida cotidiana combina aprendizaje constante sobre recursos naturales, energía renovable y producción autosustentable de alimentos, demostrando que es posible conjugar sustentabilidad y lujo en un mismo espacio.
Lo que podría leerse solo como una “casa distinta” es en realidad un manifiesto. Porque “Momo” no solo cambió su techo: cambió de paradigma. La sociedad de consumo quedó atrás, y con ella la idea de que éxito es acumular. Prefirió sumergirse en una comunidad donde los ciclos naturales mandan, donde producir tu comida importa, donde las relaciones humanas recuperan otro ritmo.
La casa de barro de Jerónimo es mucho más que una casa: es una declaración silenciosa, una hoja de ruta hacia otra forma posible de vivir. Así, en un mundo donde muchos se preguntan cómo habitar de otro modo, esta historia aparece como ejemplo —no para imitar al pie de la letra, sino para inspirar: que cualquier vida puede rediseñarse, que el barro también puede levantar sueños y que el lujo más grande podría ser sencillez, comunidad y naturaleza.





