En el corazón de B° Poeta Lugones, la Escuela Leopoldo Lugones no es solo un edificio: es un refugio de historias, aprendizajes y afectos. Así lo siente Silvia García, quien después de 30 años en la docencia, se jubiló dejando una huella imborrable. “La docencia surge como un deseo de acompañar, de ayudar, de establecer lazos afectivos con niños que están descubriendo el mundo”, dice con emoción en la voz.
La vecina de B° Alto Verde recuerda con nitidez aquella primera vez que entró a un aula como seño. Era suplente recién recibida y la esperaban “ojitos curiosos”. Confiesa que ese día sintió una mezcla de nervios y felicidad, pero que fue el inicio de un vínculo entrañable: “Yo aprendí de ellos y con ellos”, resume con humildad.
El lazo entre Silvia y la Escuela Leopoldo Lugones va más allá de lo profesional. “Mi vida personal y profesional está profundamente ligada a esta escuela. Me recibió en 1995 como una maestra joven y también fue el lugar que elegí para que se formen mis tres hijos”, cuenta. Dos de ellos ya son profesionales, y el menor sigue en la secundaria. La Lugones fue, literalmente, una segunda casa.
Con una trayectoria que la llevó de 1° y 2° Grado a formar parte del equipo directivo, Silvia atesora muchos recuerdos, pero hay momentos que se graban para siempre. “Cuando mis alumnitos me decían ‘seño, ya sé leer’, yo sentía que había cumplido mi tarea”, relata. Y confiesa que su último día fue especialmente emotivo: exalumnos se acercaron a abrazarla y recordarla como su seño, llenándola de lágrimas y alegría.
Silvia García se despidió de la Escuela Leopoldo Lugones tras tres décadas de vocación, aprendizajes y amor: “La Escuela Leopoldo Lugones me vio crecer como maestra y como madre; fue el lugar donde formé a mis alumnos y también donde elegí que se formaran mis hijos”.
Una escuela que también aprendió
Los años pasaron, y con ellos, cambiaron las infancias, las familias y también la escuela. Silvia lo vivió desde adentro. “La escuela refleja el movimiento social. Cambiaron las políticas educativas, los avances tecnológicos y los modos de aprender. Hoy, los chicos ya no ven a la escuela como fuente de información, sino como un espacio para construir saberes desde otros lugares”, reflexiona.
Ese desafío, lejos de alejarla de la vocación, la motivó a renovarse. “La escuela debe aggiornarse sin perder la esencia”, insiste. Y en esa esencia, Silvia cree que está la empatía, la escucha, el respeto y la confianza. Elementos que, para ella, son claves en el vínculo docente-alumno.
“La docencia no solo me permitió enseñar, sino construir lazos afectivos profundos; lo que más me llevo es el amor genuino de mis alumnos y sus palabras que aún me emocionan”
Entre lo más valioso que se lleva, destaca una carta que guardó por años. “Un alumno me escribió ‘seño, te quiero’. Esa frase resume todo lo que me deja la docencia: amor, gratitud, conexión”, dice la Seño “Silvi”. También recuerda las largas jornadas con sus compañeros: “Horas y horas planificando, gestionando, soñando con una escuela donde aprender sea significativo”.
Antes de despedirse, Silvia deja un mensaje que emociona. “Sigo aprendiendo. De mis colegas, de las familias y, sobre todo, de mis alumnos. Ellos me enseñaron que hay tiempo para aprender y que escuchar es clave”, asegura la Mamá de Ramiro, Candelaria y Benicio. Y completa con una frase que resume su filosofía: “Cuando el otro encuentra su propio aprendizaje y las herramientas para seguir creciendo, ahí entiendo que fui maestra”.
Silvia García no se va. Su voz, su mirada, su ternura y sus enseñanzas quedan flotando en cada rincón de la Escuela Leopoldo Lugones. Porque hay maestras que, aunque se jubilen, nunca dejan de enseñar.
Más info: leopoldo.lugones.50