De herrero a escritor: El paso a la inmortalidad de Miguel Ángel Ochoa

En sus últimos años de trabajo y peleando contra dos enfermedades términales, Cáncer y ELA, Miguel escribió "70 Años De Un Niño Travieso", el libro que recopila todas sus memorias y la historia del apellido Ochoa. La obra literaria recorre diversos lugares anécdoticos de la zona norte de Córdoba, a lo largo de sus 70 años de vida.

Por Tobías Ochoa

Miguel Ángel Ochoa fue, durante muchos años, el herrero predilecto de los vecinos en la zona norte de la ciudad. Realizando una gran cantidad de trabajos para la Comunidad Judía, la empresa Revelados del Centro y para un gran número de vecinos, Ochoa supo ganarse el respeto de todos y ser reconocido como alguien que “Dedicó su vida entera al trabajo”.

El libro fue redactado a puño y letra por Miguel, quién motivado por sus hijos e hijas, se levantaba cada mañana al ritmo de la canción “Resistiré”, de Dúo Dinámico, buscando plasmar su historia de vida en cada hoja. La edición y redacción del libro fue hecha por su hija mayor, Nancy Verónica, quién en el epílogo del mismo relata: “Este proceso no ha sido del todo fácil. Fueron varios meses de encuentros y desencuentros, de amores y desamores, pero lo agradezco infinitamente porque me ha permitido sanar por completo mi relación con él”.

“Simplemente es la historia de mi vida, vivida intesamente y grabada en mi memoria hasta en los más minimos detalles. Si algún lector llega a sentirse identificado con las historias narradas, en ese caso habré cumplido mi objetivo”, señala el autor en el libro. Miguel Ángel Ochoa nació un 10 de febrero de 1948 en Córdoba Capital. Su madre era tucumana y su padre oriundo de la localidad de Quilino.

Humildad y sacrificio

Los primeros años de Miguel Ángel Ochoa se sitúan en Barrio Providencia, mientras que su infancia transcurrió en Barrio La France, mas precisamente en las calles 7 y 11. De un orígen muy humilde, ya que vivió esos primeros años en una casa hecha de madera de embalajes y chapas de zinc junto a sus padres y sus tres hermanos, asistió a la Escuela Nacional N° 286, ubicada en Barrio Zumarán.

Los crudos inviernos de aquella decada de 1950 (Mencionando la nevada en Córdoba de 1957 en el libro) eran de padecerse, sobre todo en épocas de escazes de recursos. “Era una época bastante dura, cuando no se conseguía kerosene para el calentador BrainMetal mi madre se levantaba más temprano para hacer el fuego con leña y calentar el agua. La mayoría de las veces tomabamos malta, que era mucho más económica que el cafe”, destaca Ochoa en su libro. Además, en el mismo capítulo agrega: “El problema no era solamente el Kerosene, tampoco se conseguía harina, aceite o azúcar. Un día el azúcar se acabó y no quedó otra alternativa que recurrir a los caramelos de miel, que era lo único que se conseguía en las despensas, para endulzar el café”.

La obra literaria recorre paisajes históricos, y quizás olvidados, de la zona norte de la ciudad. Negocios de Barrio La France como “La verdulería de Los Tuma”, “Carnicería de Los Bianchi”, “Despensa de Bonancini” o “Tienda Mari (cuyo dueño se llamaba Horacio)” se hacen presentes en la misma. Además, todas sus historias transcurren en diversos lugares de la zona, tales como el Cine Ocean, ubicado en la calle Soldado Ruiz, la iglesia Santa Inés de Barrio La France y la plantación de damascos ubicada frente al paso a nivel de Avenida Cardeñosa, ubicada en Barrio Las Magnolias.

Vocación por el trabajo

El libro tiene una mención especial a varias personas, entre ellas Silvina de Bergessio, dueña de Revelados Del Centro. “Sin él no hubiesemos podido ser lo que fue en su momento Revelados Del Centro, fue una época muy linda, habríamos locales cada 15 días y Miguel estaba siempre ahí, cumpliendo todo en tiempo y forma. Nunca quiso tener ayudante, era a veces exquisito en que las cosas salgan como él quería y muchas veces eso lo hizo trabajar de más para que todo salga perfecto”, contó Silvina, en diálogo con Expresión Norte.

“En estos días hemos pensado mucho en Miguel, mi hija está próxima a abrir un negocio y siempre me dice: Qué lastima que no está Ochoa acá, así tengo asegurado que las cosas van a estar listas en el tiempo justo. Y es cierto, nunca conocí a nadie tan responsable como él”, agregó.

Ochoa comenzó a trabajar desde temprana edad, aprendiendo el arte de la herrería en el taller de su tío Carrazán, a quién le decían “El tucumano”. Para su adolescencia, ya que prácticamente fue un adulto y tomó responsabilidades desde chico, su rutina diaria era así: Trabajaba hasta las 16 horas, volvía a casa y estudiaba hasta las 18:30 horas, me cambiaba y asistía al colegio Carbó. Fue así durante tres años, hasta recibir el título de Ajustador Mecánico”.

Roberto, un amigo en común

El padre de Miguel, Ramón Rafael Ochoa, nació en la localidad de Quilino, en el seno de una familia numerosa que al no poder criar tantos hijos fueron dados a diferentes familias. Rafael vivió en la estancia de un político hasta su posterior incorporación al servicio militar, donde conoció a su amigo Roberto Alaniz, quién lo invitaba durante los días franco y vacaciones a la casa de su familia, ya que él no tenía una familia.

En el libro, Miguel hace una mención especial a su amigo y compañero de trabajo de muchos años en la fábrica Transax (Especializada en cajas de velocidad y diferenciales para vehículos), Roberto Talachia, difunto este año a causa de Covid-19.

Un querido y gran amigo, lo apreciabamos muchísimo, Miguelito era un ser maravilloso. Siempre iban a pescar y se ayudaban con cada trabajo que hacían, para Roberto era lo más lindo trabajar con él”, contó Doly, esposa de Talachia.

Miguel Ochoa, “El Tono” y Roberto Talachia

Los cimientos de la actualidad

“En 1968 me salvé de hacer el servicio militar, ya que saqué un número bajo. Tenía todo planeado, ya estaba de novio con María Faustina, y me resistía por completo a seguir trabajando para mantener a mis padres y hermanos. Fue en ese momento que me decidí por comenzar mi propia historia”, relata en su libro Ochoa.

El camino para llegar a tener su propia casa no fue fácil, ya como efectivo en Transax para el turno noche, haciendo horas extras para la compra de materiales y con la adjudicación del terreno en Tablada Park (frente al actual Dinosaurio Mall) el objetivo era claro: “Construir mi casa, una casa hecha de ladrillos y no como el rancho en el que vivía”.

“Volvía de trabajar en la fábrica durante toda la noche e ibamos con mi padre a cavar los cimientos en el terreno hasta el mediodía. Después dormía hasta la noche como podía, ya que el techo de chapa absorbía todo el calor y era imposible”, destaca Miguel en la página 86 de la obra.

Luego de 8 años en la sección de tratamientos térmicos en Transax, Ochoa aprobó el examen para pasar a ser Inspector de Calidad. Siguiendo con la costumbre, y necesidad, de horas extras, los capataces le pedían que “Dejara de trabajar tanto”.

El 10 de febrero de 1973, luego de 4 años de sacrificio, la familia Ochoa se mudó a su casa propia.

Mi último recuerdo, y quizás el más importante junto a mi abuelo, sucedió días antes de su muerte, un 29 de agosto del año 2018. Estaba internado en el sector de oncología del Hospital Nacional de Clínicas, totalmente sedado por la morfina, cuando me agarró la mano para despedirse de mí y dejar una frase que me marcó para siempre: “No me defraudes”. Te extraño mucho abuelo, hoy escribí la nota para vos y espero que me sigas cuidando desde arriba.

“Lo único que sé, es que la nebulosa que tengo en mi cabeza desde ese día no me deja recordar y ojalá hubiese encontrado en algún momento de mi vida la respuesta a tantas preguntas para borrar algunos sentimientos de culpa con los que convivo hace más de 70 años”, finaliza Ochoa, a modo de catarsis en el libro.