La historia de Francisco Montini Carrillo empezó a transformarse cuando estaba terminando el secundario en Córdoba. “Me gustó mucho y me enamoré del estilo de vida”, recuerda sobre su trabajo en un campo de Villa María de Río Seco. Pero también apareció un deseo: “La idea de viajar era algo que sí o sí quería hacer en algún momento de mi vida”. Sin demasiadas responsabilidades, el plan de ir lejos empezó a tomar forma.
Buscando destinos donde pudiera trabajar en el campo sin mucha experiencia, encontró un candidato ideal. “Así es como aparece Nueva Zelanda… es muy fácil conseguir distintos tipos de trabajos con poca o a veces nada de experiencia previa”, cuenta. Además, asegura que le sedujo un país “súper preparado para la gente que busca viajar y trabajar”, con visas accesibles y una cultura hospitalaria. El combo perfecto: aventura, trabajo y crecimiento personal.
Antes de cruzar el océano, Francisco era estudiante del colegio ITS Villada y seguía aprendiendo labores rurales en Córdoba: “Manejar tractores, fumigar y muchas cosas más que me ayudaron a poder obtener trabajo acá”. Tramitar la visa tampoco fue una odisea: “El proceso es super sencillo… no hay muchos requisitos”, explica “Fran”, y destaca que solo tuvo que completar formularios oficiales, abonar la visa y, en su caso, presentar una demostración de fondos.

Su primer destino laboral fue un tambo en Mangakino, un pueblo en medio de la producción lechera. “Llegamos a tener entre 1,200 y 1,500 vacas”, cuenta sobre el enorme campo donde comenzó ordeñando hasta ganar confianza y nuevas responsabilidades. “Me dieron la oportunidad de aprender muchísimo”, valora. Pese a la distancia, el trabajo no le resultó ajeno: “No vi nada que no hubiera visto en campos argentinos”.
Actualmente, trabaja a través de la Visa Working Holiday. “No hay muchos requisitos para obtenerla, especialmente si lo comparas con otros destinos como Australia, Alemania, etc. Apliqué desde la página oficial de inmigración de Nueva Zelanda, donde hay varios formularios que tenes que completar con tus datos y, una vez finalizado eso, solo quedaba abonar la visa. Después de eso, dependiendo del agente de inmigración que te toque, puede que te pidan o no presentar una demostración de fondos, lo cual se hace con un estado de cuenta bancario y su traducción, lo cual es suficiente. Luego, a los pocos días, te aprueban o no la visa”, explica el joven cordobés de la zona norte de la ciudad.
“En Nueva Zelanda la comida no es tan diferente a la de Argentina y el clima es muy similar. Además, la gente local es muy amable y facilita mucho la adaptación. Hay una comunidad latina muy grande, y lo lindo es que se sabe bastante de Argentina gracias al rugby y al fútbol”.
La adaptación, sin embargo, no fue simple. “Era la primera vez que viajaba tan lejos de mi casa, solo y con muchas cosas para hacer apenas llegué”, reconoce. El inglés básico lo salvó en el día a día, mientras que la comida, el clima y la amabilidad local le facilitaron el aterrizaje cultural. También ayudó la presencia latina y el reconocimiento deportivo: “Se sabe bastante de Argentina gracias al rugby y al fútbol… al argentino se lo recibe muy bien”.

Crecer, aprender y extrañar
Lo que más lo moviliza es el crecimiento que la experiencia le impulsa: “La cabeza se abre un montón y salís de lo que es común para nosotros”. Con solo 20 años, dice que esta aventura “me deja una marca gigante en la persona que soy hoy en día”. Pero no todo se reemplaza fácilmente: extraña “la pasión con la que se vive en Argentina… el saludar con un abrazo, estar cerca de mi familia y el carisma con el que vive un argentino”.
Entre vacas, paisajes y aprendizajes, “Fran” mira el mundo con otros ojos. “Vivimos en un mundo hermoso, lleno de gente que está dispuesta a darte una mano y mostrarte cosas nuevas”, reflexiona tras casi un año en Nueva Zelanda. Y el futuro lo imagina en movimiento: “Viajando y conociendo todo lo que el mundo tiene para ofrecerme, pero también estudiando una carrera”.
“El aprendizaje que me llevo es que vivimos en un mundo hermoso, en donde hay muchísimo por conocer y aprender, lleno de gente que está dispuesta a darte una mano y mostrarte cosas nuevas. Me imagino mi futuro viajando y conociendo todo lo que el mundo tiene para ofrecerme”.

La tecnología, asegura, será aliada para ese equilibrio entre estudio y ruta. Porque si hay algo que este viaje ya le enseñó es a confiar en su capacidad para decidir, adaptarse y construir su camino. Desde B° Poeta Lugones hasta Mount Maunganui, Francisco va confirmando que los sueños también se trabajan. Y que a veces, para encontrarse, hay que animarse a ir bien lejos.
Más info: Fran Montini





