¿Por qué cada vez cuesta más ponerle límites a los hijos?
El límite es una consecuencia del amor, cuando uno ama de verdad y quiere lo mejor para los hijos, el límite aparece, porque ni todo es posible, ni todo se puede tener, ni todo puede ser ya. Así que cuando hay muchos problemas con los límites y los padres son máquinas de decir “no” y de poner penitencia, lo que hay que revisar es la cara del amor. Hay que ver cómo es el tiempo amoroso con los hijos, cuánto es, de qué calidad es. Cuando yo hablo de encuentro amoroso y de la calidad del tiempo, implica que papá y mamá estén sin pantallas, sin celulares en la mano, interesados de verdad por lo que al niño le pasa en su vida, en la escuela ó con sus amigos.
¿Falta más amor y dedicación?
Yo no diría que está faltando amor en el sentido de
que los padres no quieren a sus hijos o están en una
posición cómoda para que se eduquen prácticamente
solos, no diría eso. Diría que los tiempos del afuera
nos están robando los tiempos del amor y que a veces
estamos colapsados, cansados y tercerizamos la
crianza en las pantallas porque es más cómodo. Pero
eso se puede batallar, de eso hay que salir, porque los
chicos realmente necesitan una presencia humana,
papá y/o mamá; que los mire como valiosos, que los
haga sentir como lo más importante de la vida, y que
pongan palabras en ese mundo que los avasalla en el
cual están, que pongan filtros, que acompañen en las
preguntas y acompañen en las búsquedas. Creo que
hoy lo que está en dificultad es el amor, el tiempo,
pero no porque no amemos, sino porque hay poco
tiempo para ese encuentro, poco tiempo relajado,
poco tiempo dónde nada importe más que estar con
el otro.
¿Por qué crees que la nueva generación de niños se
aburre tan rápido y quiere todo “ya”?
Para mí, las dificultades de atención en la escuela y el
famoso aburrimiento tienen muchísimo que ver con
esta exposición excesiva a la tecnología que les da
una atención “zapinezca”, una sensación de que
apretando botones pueden solucionar todo y pueden
cambiar la imagen cuantas veces quiera solamente
haciendo un “clic”. Entonces los chicos están así,
hiper excitados, hiper estimulados y llegan a la
escuela y se aburren, porque con un “doble clic” no
va a desaparecer la maestra, la maestra sigue ahí, con
el mismo rostro, con la misma voz y no se la
puede “zapinear”. Los hemos acostumbrado a un tipo
de exposición tan fugaz, tan momentánea, tan poco
profunda, donde todo puede pasar sin durar, sin
sostenerse, sin profundizar. Entonces entre eso y la
soledad que hay en muchísimas casas donde los
chicos están mucho tiempo solos, maduran precozmente
porque tienen que resolver situaciones sin el
auxilio de los adultos. Esas maduraciones precoces
no son demasiado buenas porque el niño es un niño y
no tiene que quemar esa etapa.
¿Cómo explicas tu concepto de que “La familia
debería educar para que la escuela pueda
enseñar”?
Obviamente que cuando uno habla de
educación, habla primero de la familia.
Cuándo uno dice que el niño es “maleducado”
no piensa en la escuela a la que fue,
piensa en la familia de la que salió, la familia
educa para que la escuela enseñe, es así.
La familia debe entregar niños educados a la escuela
para que la escuela pueda enseñar; niños con organizadores
básicos, niños que sepan de tiempos, de
espacios y de límites. Niños que reconozcan la
existencia del otro como un prójimo semejante pero
también diferente. Si eso no lo hace la familia, a la
escuela se le complica mucho el aula.
En tu consultorio, muchos padres te preguntan:
“¿Mi hijo es feliz?”… ¿Qué les respondes?
Cuando un padre me pregunta si su hijo es feliz, le
pregunto qué concepto de felicidad tiene, porque si la
felicidad para adultos es que los niños nunca lloren,
nunca se angustien, bueno, le tendrán que decir sí a
todo, le tendrán que dar con todos sus caprichos y
calmar todas sus rabietas con “cosas”, con juguetes,
golosinas, compras, celulares, etc. De ser así, tendremos
el niño más maleducado del mundo. La vida no
es felicidad permanente en ninguna edad, por
supuesto que queremos niños con muchos momentos
de felicidad y alegría, pero a sabiendas que la frustración
existe, el dolor existe, no se transita la infancia
sin dolores físicos, espirituales y emocionales; los
chicos sufren el nacimiento de los hermanos, sufren de
enfermedades, sufren las discusiones de los padres,
sufren mudanzas, sufren las decisiones que los adultos
toman sobre la vida de ellos. Entonces, es muy
ingenuo decir: “Yo quiero que mi hijo sea feliz, total la
vida después lo va a hacer sufrir”. El sufrimiento nace
desde el momento que nacemos o sea, hay que poder
con él y hay que aceptar las frustraciones, el “no” y la
espera, y que por momentos sientan que no lo pueden
tener todo ni cuando ellos lo quieran.-