Maximiliano Iciksonas: El Calvario de estar atrapado en una secta

Una historia real de la ciudad de Córdoba, contada en primera persona.

Por Maximiliano Iciksonas

Secta

Mi nombre es Maximiliano Iciksonas, tengo 43 años y hace ya casi 1 año que me encuentro preso en la cárcel de Bouwer. Siento que estoy viviendo algo irreal, jamás en mi vida pensé que podría encontrarme así. Estoy viviendo una verdadera pesadilla. Soy una persona normal, pacífica, tranquila, de trabajo, de una familia trabajadora, comerciantes propietarios de una mercería. No me gusta mucho el fútbol pero sí la comida, como a mi papá, y será por eso que estudié cocina y me recibí de chef. En fin, soy un tipo común, como cualquier otro que pudiera estar leyendo estas líneas.

En un momento de vulnerabilidad de mi vida, de búsqueda de algo que me apasionara, me comentaron de una Fundación que dictaba cursos relacionados al antiguo Egipto. Eso llamó mi atención, porque de chico fue un tema que siempre me interesó, desde la escuela. Junto a mi pareja de aquél entonces, nos acercamos a ese lugar y comenzamos a participar de ese grupo, igual a muchas personas que toman cursos en fundaciones o universidades, o se acercan a participar de las actividades que organizan tantas ONG’s que existen en la ciudad de Córdoba.

Poco a poco, ambos comenzamos a ser manipulados por el Sr. Álvaro Aparicio Díaz, una persona inteligente, en apariencia muy educada y que decía ser psicólogo recibido. Quedamos atrapados por lo interesante del tema del antiguo Egipto, pero principalmente porque este personaje siniestro decía que con sus conocimientos y terapia podía hacer realidad algo que veníamos buscando desde un tiempo y no podíamos conseguir, nuestro deseo de tener un hijo.

“Poco a poco fui cayendo en esa red siniestra”

Nos envolvió con promesas, falsa amistad, falsos conocimientos, falsos dones… Hoy me pregunto cómo pudo ser que lograra someterme de la manera en que lo hizo. Es la misma pregunta que todas las personas se habrán hecho cuando escucharon las noticias de los “Sanadores Egipcios” nombre mediático que le dio la prensa… Pero no lo hizo de la noche a la mañana. Poco a poco fui cayendo en esa red siniestra, fue un sometimiento psicológico que tardó días, meses, años…

Esa persona arruinó mi matrimonio, mi familia, mi vida. Primero me alejé de mis amigos, luego me alejé de mi familia, logrando convencerme en mi mente de falsas atrocidades que habrían cometido miembros de mi familia en una infancia que no recordaba… Al cabo de un tiempo, mi único círculo de personas cercanas tenía que ver con este personaje funesto y toda mi vida giraba entorno de él.

También me arruinó económicamente, entré en una vorágine de 2 viajes a Egipto y costosísimos cursos de capacitación que hicieron que me endeudara con él y su mujer, empujándome a solicitar créditos por todos los lugares posibles para ser “digno” de escuchar los conocimientos que “compartía”. Es probable que me pase los años que resten de mi vida pagando esas deudas a bancos, tarjetas de créditos y financieras. Hoy me veo en esos años y realmente me desconozco.

“Le entregué la llave de mi mente y ya no volví a ser el mismo”

En un primer momento me atrapó con la temática egipcia, luego mereció mi respeto por su inteligencia e incomprobables conocimientos sobre el antiguo Egipto, además de su falsa preparación universitaria como licenciado en psicología. Cuando hubo logrado esto, hizo que sienta admiración por los supuestos éxitos de las terapias a sus pacientes, presentándose como un sanador de los problemas emocionales y psicológicos que se presentaban en las personas que acudían por su ayuda.

Y es allí, cuando me dejé convencer de tomar terapia con él, que le entregué la llave de mi mente y ya no volví a ser el mismo… y pudo hacer de mí lo que él quisiera… Hasta hace un año atrás, creí haber tocado fondo en mi vida con lo que viví en el campo de este monstruo, convirtiéndome en su esclavo y viviendo en condiciones realmente marginales. Convencidos de que con la pandemia se aproximaba el fin de la sociedad tal como la conocíamos, fuimos arrastrados a vivir en la Estancia Pozos Azules de Villa Cura Brochero, que es de su propiedad.

“Era el precio a pagar ya que nos estaba salvando la vida”

Allí trabajábamos de sol a sol, de lunes a lunes, sin descanso ni remuneración alguna. Era el precio a pagar ya que “nos estaba salvando la vida”, que ironía. Mientras este señor sentado a la sombra de un árbol en una reposera, supervisaba nuestras tareas, desmalezamos más de 5 hectáreas, extrayendo árboles, sacando piedra por piedra, yuyo por yuyo, con las manos ensangrentadas.

Álvaro tenía electricidad, agua caliente de un termotanque solar y salamandra, pero sólo para provecho de él, su mujer y su hijo. El resto del grupo debía bañarse con agua fría apenas calentada con leña que debíamos recolectar y trasladar a pie desde la otra punta del campo. Lavar platos y ropa con agua helada al punto de entumecernos las manos. Dormir con 2 o 3 mudas de ropa y varias frazadas en un rancho con el techo roto, para poder pasar durísimas noches de algunos grados bajo cero de temperatura.

Debíamos ir caminando hasta la cima de una montaña a escondidas para poder conseguir algo de señal y poder comunicarnos con el afuera con nuestros teléfonos, que nos turnábamos para cargar con un pequeño cargador solar. Cada unos días teníamos unas pocas horas de descanso y casualmente coincidían con el dictado de costosos “cursos” que daba este tipo, que debían pagarse con el poco dinero que nos quedaba o, como en mi caso, se sumaban a la deuda, cuya cuenta llevaba su esposa y que nos la recordada casi a diario, actualizando sus montos.

“Ya no era la persona que solía ser, ni la que soy hoy”

En mi caso personal, comencé a hacer pequeños cuestionamientos de estas cosas, simples preguntas, y me convertí en alguien incómodo para él y sus objetivos. Entonces por mis conocimientos de carpintería, para aislarme y que hablara lo menos posible con el resto del grupo, me ordenó hacer unos muebles y una cochera para su nueva camioneta lujosa 0 km., con nada más que un serrucho de mano como herramienta y mis manos todas repletas de callos y astillas. Cortar una viga de madera dura podía llevarme más de una hora, y eso provocaba que me increpara a los gritos diciendo que trabajaba muy lento y era un vago.

En una oportunidad, por una discusión con otro de los integrantes de ese grupo, fui castigado con la “banda del silencio” que consistía en un trapo blanco atado a mi brazo. Significaba que nadie podía dirigirme la palabra durante esos días. Fue un momento horrible, de gran discriminación, de gran parecido al holocausto judío. El trato conmigo fue cada vez peor, me hostigaba, me menospreciaba, me retaba como a un niño, me
obligaba a hacer trabajos que yo no quería. Una noche, me dijo frente a mi mujer y el resto del grupo que era un vago y que era poco hombre y no la merecía…. No puedo entender todavía cómo no pude reaccionar en ese momento, pero estaba agotado física y mentalmente, ya no era la persona que solía ser, ni la que soy hoy.

“Mi matrimonio se terminó de romper”

Mi matrimonio se terminó de romper en esos días en el campo. Económicamente estaba quebrado y hoy entiendo que para este tipo yo era una piedra en el zapato. Me quería ir pero no sabía cómo hacerlo, tenía miedo de lo que pasaría, y mi sometimiento era tan grande que una parte de mí sentía que si hacía eso lo estaba decepcionando y no correspondía. Pasaron muchos días y finalmente me pude ir. Hoy analizo todo ese momento y creo que no me fui voluntariamente, él me hizo pensar que había sido mi decisión pero la verdad es que me indujo a irme porque ya no le servía.

Regresé a Córdoba, comencé a trabajar nuevamente en mi emprendimiento de venta de muebles de cocina y decoración. Hice nuevos amigos y me fui acercando poco a poco a mi familia, lentamente volví a tomar las riendas de mi vida. Aunque seguía sintiendo la obligación de pagar mi deuda y la de mi ex pareja, así que cada vez que podía le transfería dinero a la mujer de este tipo, que no dejaba de recordarme los cursos y “protecciones contra el Covid” que les debía.

“Fui el primero en entregarse voluntariamente”

Sentí que lo peor ya había pasado hasta que me enteré de los allanamientos y las detenciones que se habían hecho en el campo de Pozos Azules. Entré en pánico. Me puse en contacto con una vieja amiga y su marido que son abogados, quienes hicieron averiguaciones y nos enteramos que tenía un pedido de captura. Allí comenzó mi segunda pesadilla. Ya había varias personas detenidas y fui el primero en entregarse voluntariamente, al primer día hábil siguiente al conocer aquella noticia, porque soy inocente, una persona de bien, y tenía confianza en la justicia.

A nadie le importó que yo me haya entregado, hoy llevo casi un año preso en Bouwer, no puedo entender cómo puedo estar pagando con cárcel el delito de haber estado vulnerable en un momento de mi vida y quedar atrapado por una secta que arruinó mi vida y la de mi familia. Es muy difícil explicar el dolor que siento cuando veo todo el sacrificio que hace mi hermana para visitarme y traerme cosas ricas que me hagan olvidar aunque sea por un ratito esta pesadilla…

“La Justicia me quitó la libertad y me alejó de mis seres queridos”

Es muy difícil explicar el dolor que siento cuando veo a mi viejita, en los últimos años de su vida, caminando lento, venir a visitar a su hijo que tienen encerrado como si fuera un animal peligroso. Es muy difícil explicar el esfuerzo de tener que confiar en la justicia, que me quitó la libertad y me alejó de mis seres queridos que tanto me costó recuperar, después de haber vivido durante años el calvario de una secta que arruinó mi vida. Es muy difícil explicar el esfuerzo que debo hacer cada día a la mañana para levantarme y continuar viviendo…