Gabriel Figueroa (29 años), más conocido como “Gabilo”, emocionó al país la semana pasada al presentarse en el programa Buenas Noches Familia, conducido por Guido Kaczka. Su violín y su historia de superación atravesaron la pantalla, y el público respondió con una ola de afecto que se tradujo en más de cincuenta millones de pesos donados. “Yo no vine a pedir, vine a compartir mi música. Pero este reconocimiento me desbordó el alma”, confesó, conmovido hasta las lágrimas.
Su historia comienza en Santiago Temple, una localidad del interior cordobés, donde creció rodeado de melodías. “La música siempre estuvo en casa, mi papá es músico y desde chico me entusiasmaba todo lo que sonara”, recuerda. A los 19 años su vida dio un giro radical tras un accidente en moto que le provocó una fractura en la columna y lo dejó en silla de ruedas. “Estuve meses sin poder moverme. Fue durísimo, pero ahí fue donde el violín se convirtió en mi motor”, relata.
Durante su rehabilitación en Córdoba, Gabriel comenzó a tocar desde la cama. “El violín me obligaba a sentarme derecho, a mover los brazos, a respirar con otro ritmo. Era música, pero también terapia. No podía caminar, pero sí podía hacer música, y eso me salvó”, afirma.
Con el tiempo, se animó a salir a las calles. Hoy, sus conciertos diarios en la peatonal cordobesa ya son parte del paisaje urbano. “Empecé tocando con vergüenza, temblando. Pensaba que me iban a mirar raro, pero la gente me abrazó desde el primer día. Me saludan, me dicen que los hago emocionar. Eso me llena más que cualquier moneda”, cuenta.
“El violín me obligaba a sentarme derecho, a mover los brazos, a respirar con otro ritmo. Era música, pero también terapia. Después del accidente, no podía caminar, pero sí podía hacer música, y eso me salvó”
Desde hace unos años, Gabriel eligió la peatonal cordobesa para exponer su arte. Cada mañana se lo puede encontrar en las esquinas de Dean Funes y Rivera Indarte, o en la Plaza San Martín, donde su repertorio que abarca folclore, rock y cuarteto convierte el tránsito gris en un espacio de calma y emoción.
Para él, la música callejera tiene una lógica liberadora: “Se adapta a mis horarios, conecta con la gente, y ninguno juzga. Todos los días recibo mensajes de apoyo, bendiciones, y más trabajo”.
Convirtiendo el dolor en melodía
El salto a la televisión nacional fue, para Gabriel, un reconocimiento inesperado. “Estar ahí fue un sueño. Me trataron con un respeto y un cariño enorme. Poder mostrar mi historia en ese espacio fue una oportunidad única. Sentí que no estaba representando solo mi historia, sino la de muchos que luchan todos los días”, reflexionó.
En el programa, reveló también una decisión que marcó su destino: abandonar la carrera de ingeniería para dedicarse por completo a la música. “Fue difícil. Tenía miedo de no poder vivir de esto, de equivocarme. Pero sentía que mi lugar estaba con el violín. Hoy estoy convencido de que tomé el camino correcto”, expresó.
Actualmente, estudia el profesorado de música en la Universidad Nacional de Córdoba y da clases particulares. “Quiero enseñar, compartir lo que aprendí. Hay muchos chicos que se ven reflejados en mí. Me mandan mensajes diciendo ‘gracias por inspirarme’. Eso me da una responsabilidad hermosa”, dice con humildad.
“La silla de ruedas no es un límite, es una forma distinta de andar. Mientras tenga el violín conmigo, sé que voy a llegar lejos”
Gabriel también comparte que su vínculo con la fe ha sido clave. “Hubo momentos muy oscuros. Pero cada vez que toco, siento que hay algo más grande acompañándome. No estoy solo. Y si mi música puede ayudar a alguien más, entonces vale todo el esfuerzo”, afirma.
El sueño que persigue no se detiene en Córdoba. “Quiero salir del país, tocar en otros lugares, llevar mi historia a donde haga falta. La silla de ruedas no es un límite, es una forma distinta de andar. Mientras tenga el violín conmigo, sé que voy a llegar lejos”, dice con una sonrisa que revela más fuerza que resignación.
La historia de Gabriel no es solo la de un artista callejero, ni la de un joven con discapacidad. Es la historia de alguien que eligió transformar el dolor en belleza, que cada día se levanta, afina su violín, y sale a tocarle el alma a una ciudad entera.
Más info: Gabriel Figueroa