Onorina Apprato cumplió 112 años y es la cordobesa más longeva

Con una vida que abarca tres siglos, Onorina Apprato celebró sus 112 años en Río Tercero, rodeada de su familia y con una lucidez que asombra. Es la persona más longeva de Córdoba, una de las tres más longevas del país y figura entre las 100 primeras del mundo, según el ranking de LongeviQuest. Su historia es tan larga como inspiradora.

En una casa cálida del barrio Media Luna, en Río Tercero, una mujer diminuta sopló con fuerza las velitas de su torta número 112. Rodeada por hijos, nietos, bisnietos y hasta tataranietos, Onorina Apprato no solo celebró un nuevo año de vida, sino más de un siglo de memoria viva. Nació en 1912, cuando la radio era un invento reciente, la televisión aún no existía y los automóviles eran una rareza. Vivió guerras, dictaduras, revoluciones tecnológicas y cambios sociales inimaginables.

Onorina no solo es la cordobesa más longeva, sino también una de las tres personas con más edad de la Argentina. A nivel mundial, ocupa el puesto 61 entre las más longevas del planeta, de acuerdo con los registros de LongeviQuest, una plataforma que sigue la vida de los supercentenarios con precisión casi científica. Pero más allá de las estadísticas, lo que conmueve de Onorina es su ternura, su lucidez y su capacidad para recordar detalles de su infancia como si hubieran ocurrido ayer.

Un siglo de anécdotas y ternura

Nacida en la zona rural de Río Tercero, Onorina vivió casi toda su vida en el mismo lugar. Hija de inmigrantes italianos, se crió entre campos, hornos de barro y un fuerte sentido de comunidad. A los 17 años perdió a su madre, lo que la obligó a asumir responsabilidades domésticas desde muy joven. Se casó, tuvo cinco hijos, enviudó hace décadas y, a pesar de las pérdidas, nunca dejó de sonreír ni de agradecer la vida.

No solo es la cordobesa más longeva, sino también una de las tres personas con más edad de la Argentina. A nivel mundial, ocupa el puesto 61 entre las más longevas del planeta, de acuerdo con los registros de LongeviQuest

“No hay secreto, solo vivir tranquilo”, dice con voz suave pero firme. Evita los medicamentos, no fuma, nunca bebió alcohol y, hasta los 107 años, salía a caminar todos los días. Su alimentación siempre fue sencilla y natural: caldo, verduras, frutas y muy poco azúcar. “Nunca me gustaron las cosas dulces”, asegura con una mueca cómplice, mientras recibe un beso de una de sus bisnietas.

Sus días son simples pero plenos. Se despierta temprano, toma mate, escucha la radio y conversa con sus familiares. La visita frecuente de los suyos, y el amor que la rodea, parecen ser su mejor medicina. Onorina conserva una memoria prodigiosa y una agudeza que sorprende a todos. “Cuando era chica, no había luz eléctrica. Íbamos a la escuela a pie y cocinábamos con leña. Todo era más lento, pero también más sano”, recuerda mientras acaricia con ternura un rosario que siempre lleva entre las manos.

Lo que conmueve de Onorina es su ternura, su lucidez y su capacidad para recordar detalles de su infancia como si hubieran ocurrido ayer.

La mujer que desafía al tiempo

Cada 7 de julio, su cumpleaños se convierte en una fiesta del barrio. Este año no fue la excepción: hubo globos, torta, canciones, lágrimas y mucha emoción. Todos los que se acercan lo hacen con respeto y admiración. Su figura se ha transformado en un símbolo de la ciudad y una inspiración para quienes creen que envejecer puede ser una experiencia digna y hermosa.

Aunque su cuerpo muestra los signos de los años, Onorina conserva intacto su espíritu. “No me gusta que me digan vieja. Soy antigua, pero no vieja”, dice entre risas. Le gusta leer, conversar y, sobre todo, compartir. Siente que su vida ha sido buena y que su mayor logro es haber formado una familia grande, unida y feliz.

“No hay secreto para llegar a ser longeva, solo vivir tranquilo. No me gusta que me digan vieja. Soy antigua, pero no vieja”

A sus 112 años, Onorina Apprato no solo es testigo de la historia: es parte de ella. Su vida, tejida entre sacrificios, amor y sabiduría, es un recordatorio poderoso de que la longevidad no se mide solo en años, sino en la forma en que esos años se viven. Y ella los ha vivido todos, uno por uno, con un corazón lleno de gratitud.

En Río Tercero, el tiempo parece haberse detenido para rendirle homenaje. Y mientras sopla las velitas con la fuerza de quien aún tiene cosas por vivir, Onorina nos deja una lección que atraviesa generaciones: vivir simple, amar mucho y agradecer cada nuevo día.