Todo comenzó a principios de los años ’80, cuando Cerezo se mudó a Buenos Aires para estudiar periodismo. Entre grabadoras, anotadores y sueños de cronista, empezó a guardar encendedores que le regalaban algunos entrevistados. No eran objetos pensados para coleccionar, sino pequeños recuerdos que capturaban el instante de cada historia. Con el tiempo, cada uno de ellos se transformó en una pieza que hablaba por sí sola.
De regreso en Córdoba en 1992, aquella afición se convirtió en una pasión organizada. Rafael decidió dedicar un espacio especial para conservarlos, clasificar cada uno y registrar su origen. Hoy, su colección supera los 400 encendedores de todo tipo: desde clásicos Zippo hasta modelos con diseños extravagantes, algunos industriales, otros de películas o con formas insólitas como guitarras y autos de época.
Entre las piezas más curiosas que conserva se encuentra un Zippo conmemorativo del Mundial de Argentina ’78, un encendedor en forma de coche clásico de los ’50 y otro con la silueta de Mafalda, parte de una serie coleccionable. Cada uno tiene una anécdota detrás: el lugar donde lo encontró, la persona que se lo regaló o el contexto en el que llegó a sus manos. Para Cerezo, encender uno de ellos es como volver a revivir una historia.
Su colección supera los 400 encendedores de todo tipo: desde clásicos Zippo hasta modelos con diseños extravagantes, algunos industriales, otros de películas o con formas insólitas como guitarras y autos de época.
Un archivo “encendido”
El periodista especializado en los deportes motores ha mostrado su colección en diversas notas y entrevistas, sorprendiendo por la variedad y el estado impecable de cada ejemplar. Su casa, en el corazón de Córdoba, se asemeja a un pequeño museo privado. Vitrinas iluminadas exhiben los encendedores, cada uno con una ficha que describe su origen, año y detalles que lo hacen único. “Cuando lo enciendo, siento que reavivo la chispa de aquella historia”, ha confesado.
Para él, coleccionar no es acumular, sino rescatar fragmentos de memoria. Combina épocas, relatos y personajes. Muchos de sus encendedores están asociados a entrevistas memorables de su carrera periodística. En su archivo, hay objetos que le recuerdan charlas con músicos, escritores y deportistas, piezas que son más que recuerdos: son capítulos de su propia historia como cronista.
A lo largo de los años, la colección fue creciendo gracias a ferias, intercambios con otros coleccionistas y obsequios de amigos que saben de su pasión. Lo que empezó como una curiosidad juvenil terminó convirtiéndose en una forma de contar historias. Entre las piezas que más aprecia nombra dos que resumen el espíritu de la colección: un encendedor con forma de tanque de gas —cilíndrico, compacto, pintado como los garrafones familiares— y una diminuta botella de gaseosa reproducida con notable detalle.
Cada uno de los encendedores tiene una anécdota detrás: el lugar donde lo encontró, la persona que se lo regaló o el contexto en el que llegó a sus manos. Para Cerezo, encender uno de ellos es como volver a revivir una historia.
Rafael sueña con montar una exposición abierta al público, donde los visitantes puedan descubrir que un encendedor puede ser tanto un objeto utilitario como una pieza cultural. También planea escribir un libro que combine crónicas periodísticas con la historia de algunos de sus encendedores más emblemáticos, como si cada llama fuera el inicio de una nueva narración.
A pesar de su faceta como coleccionista, Cerezo sigue ejerciendo el periodismo con la misma pasión de siempre. Para él, hay una relación directa entre ambas actividades: “Un encendedor le da al reportaje una chispa que la palabra sola no transmite”, ha dicho. Esa chispa es la que lo mantiene activo, curioso y siempre dispuesto a encontrar historias donde nadie mira.
Cuando alguien le pregunta si tiene fuego, sonríe: tiene cientos de maneras de encender una conversación. Hoy, Rafael Cerezo sigue sumando piezas a su colección, cada una con su propia voz. Entre lámparas de gas antiguas, encendedores eléctricos y souvenirs de viaje, su hogar se llena de historias en miniatura. Su colección no es solo una muestra de objetos, sino una metáfora de su vida: un cronista que, entre palabras y llamas, mantiene encendida la pasión por contar el mundo.
Más info: rafael.cerezo.10
Fotografías: La Voz del Interior