Desde hace 23 años, Sebastián Vázquez pasaba sus mañanas abriendo las puertas de una escuela en Pilar (Córdoba): limpiaba, mantenía el orden, recortaba el césped y saludaba al alumnado al ingresar. En ese edificio, siempre lo vieron como el portero fiable, el quehacer cotidiano que pocos notan, pero ningún día desprecia. Hasta que un sueño guardado durante décadas lo empujó más allá de esa portería que creía que sería su límite.
Sebastián había abandonado la escuela secundaria en 3° año, empujado por la necesidad económica, pero con un deseo silencioso: quería dar clases de Historia. Recién a los 41 decidió retomar los estudios. Se anotó en un centro para adultos en Pilar, estudió lo que le faltaba, rindió exámenes, luchó contra la rutina y el dolor de vivir sin pausas. Finalmente, a los 51 años, se recibió de profesor de Historia en la Universidad Nacional de Córdoba. Ese logro cambió su voz, pero no su humildad.
Cada mañana, mientras el sol apenas iluminaba los pasillos, Sebastián cruzaba el umbral de la escuela como portero, con el uniforme discreto y las manos que conocían cada rincón. Muchos pensaban que su rol sería para siempre ese: custodio de puertas, silencioso guardián de oficinas y pizarras. Pero él, con un cuaderno viejo en la mochila, repasaba fechas, civilizaciones, pasajes de la historia que le ardían por enseñar.
“Hacerme este regalo”, dice Sebastián cuando habla de haberse recibido. No fue fácil levantar ese título entre llaves, papeles, tareas domésticas y responsabilidades familiares. Cada examen aprobado implicaba noches sin dormir, tras jornadas de trabajo. “Estudiar fue hacerme un regalo”, confesó.
“Luego de más de 20 años como personal de maestranza, decidió retomar sus estudios y logró recibirse de profesor. Hoy, con 51 años, enseña Historia en cinco escuelas y demuestra que nunca es tarde para cambiar el rumbo”
La familia fue su sostén. La madre, su compañera silenciosa de esperanzas. Tras la muerte de su padre, él asumió también el cuidado de su madre y las tareas hogareñas no pudieron frenar su impulso. Cada paso que daba hacia la UNC era también un paso de rebeldía contra la idea de que a cierta edad ya no se puede cambiar el destino.
El boleto educativo gratuito fue una tabla de salvación. Le permitió trasladarse, asistir a clases, rendir exámenes, sin que el costo lo descalificara. “A pesar de aún deber asignaturas del secundario, aprobé el examen de ingreso a la carrera con buena nota”, cuenta. Esa primera victoria fue como abrir una puerta que alguna vez imaginó cerrada.
Vocación hecha de esfuerzo
Hoy Sebastián no guarda más llaves de portería: ahora abre las puertas del aula en cinco escuelas de Río Segundo, Costa Sacate y Villa del Rosario. Aunque gana menos que cuando era portero, nadie se lo pregunta dos veces: “No cambiaría por nada estar frente a un aula”, dice, con orgullo, con la voz que ya no tiembla.
Sus colegas lo llaman “el contento”: por su risa fácil, por su paciencia infinita. Le interesa más que sus alumnos comprendan que la Historia no es fechas secas, sino relatos vivos; que sepan ver esos relatos en el presente. Enseña con ejemplos sencillos: los nombres de las batallas, los imperios, no son fantasmas, sino espejos donde uno puede reflejar sus propias batallas cotidianas.
Su historia refleja el valor de la educación pública y el esfuerzo de quienes persiguen un sueño más allá de las dificultades.
Una vez, al subir del colectivo con su diploma en la mano, sintió que el mundo lo miraba distinto. No por la etiqueta de profesor sino porque vio reflejada en los ojos de su madre, de sus antiguos compañeros porteros, de los chicos que siempre lo saludaron al entrar, una versión de él que ellos no sabían que existía: un hombre que estudió, persistió, venció el silencio.
Esta historia no habla sólo de graduarse. Es un canto a la perseverancia, al coraje de recomenzar. Sebastián aún recuerda los días en que quiso rendirse, los momentos en que el cansancio pesaba, pero también los minutos al recibir su título, al dar la primera clase, al escuchar “Profe” llamado con respeto. Es el testimonio vivo de que nunca es tarde para abrir las puertas que uno sueña cruzar.-
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