El Viaje Soñado: De Córdoba a Machu Picchu en dos ruedas

Walter Castro, un apasionado motociclista cordobés de 53 años, recorrió más de 6.500 kilómetros durante 20 días junto a dos compañeros, atravesando montañas, desiertos y culturas para cumplir un viejo anhelo: llegar a Machu Picchu (Perú) sobre dos ruedas.

Hay viajes que se planean con mapas, combustible y provisiones. Pero hay otros que nacen del corazón. Walter Castro, vecino del barrio Quebrada de las Rosas, ingeniero mecánico y trabajador metalúrgico, emprendió a sus 53 años una travesía que muchos sueñan pero pocos concretan: unir Córdoba con Perú en moto. “Esto de ser motoquero nace en mi juventud. Mi primer moto me la regaló mi padre a los 14 años, una Zanella 50. A los 22 hice mi primer viaje hasta Río de Janeiro en una Honda Transalp 600”, cuenta Walter, con la emoción intacta.

La vida le impuso pausas, pero nunca le apagó la llama de las rutas. “Después de la pandemia pude volver a tener una moto, siempre con la idea de poder viajar. Y Perú era un viaje soñado para todo motoquero”, afirma. Junto a sus compañeros de aventura, Marcelo Tarantino (44) y Marcelo Leunda (67), recorrieron más de 6.500 kilómetros en 20 días, en abril pasado. Lo hicieron a bordo de tres fierros infaltables: una Honda Transalp 700, una Kawasaki KLR 650 y su fiel Suzuki V-Strom 650.

Entre el viento, la nieve y la montaña

El itinerario fue tan desafiante como espectacular. “Partimos de Córdoba por ruta 9, Salinas Grandes, Paso Jama, Calama (Chile), Tocopilla, Iquique, Tacna (Perú), Arequipa, Ollantaytambo, Cusco, Puno, Copacabana, Coroico, la Ruta de la Muerte, La Paz, el Salar de Uyuni, y regresamos a Argentina por La Quiaca”, detalla con precisión de ingeniero.

En abril pasado, Walter y sus dos compañeros de ruta recorrieron más de 6.500 kilómetros desde Córdoba hasta Perú en 20 días. Lo hicieron a bordo de tres fierros infaltables: una Honda Transalp 700, una Kawasaki KLR 650 y su fiel Suzuki V-Strom 650.

Cada paisaje fue una postal, pero algunos los marcaron profundamente. “Nos sorprendió el desierto de Atacama, las imponentes ruinas de Machu Picchu, y el Salar de Uyuni, que por estar inundado no pudimos recorrer en moto. Lo hicimos en 4×4 y creo que así se disfruta mucho más”, relata. Uno de los momentos más intensos fue atravesar el famoso “Camino de la Muerte” en Bolivia: “Un camino estrecho, sin barandas, en medio de la vegetación exuberante de las Yungas. Fue nuestro mayor desafío. Después pasamos por una fuerte nevada”, recuerda con una sonrisa.

Más allá de lo épico, hubo desafíos logísticos. “Lo más complicado fue conseguir combustible en Bolivia. No todas las estaciones le venden a extranjeros. Era gracioso: salíamos a cenar con bidones en mano, buscando algún taxista que nos vendiera nafta. No muy glamoroso…”, cuenta entre risas.

El equipo también fue clave: “Hay varios elementos básicos a tener en cuenta: buen casco, campera, guantes, botas, equipo de lluvia, herramientas, inflador, parches y, por supuesto, ¡el termo y el mate no pueden faltar!”, asegura, revelando el secreto del buen viaje argentino.

“Es hermoso sentirte parte del paisaje”

Además de los paisajes y la aventura, Walter destaca algo que no se compra ni se planifica: la conexión humana. “Me sorprende lo mucho que se interactúa con la gente. En cada estación alguien se acerca, pregunta, tiene curiosidad. Nos ven como locos, pero es muy gratificante”, dice emocionado.

“Todos los motoqueros hablamos de la sensación de sentir el viento en la cara, pero es mucho más que eso. Es libertad total. Sentirte parte del paisaje, los sonidos, los aromas… es un contacto directo”

Para Walter, este viaje no fue un punto de llegada, sino de partida. “Tengo pensado hacer viajes más extensos. Mi próximo destino sería el norte de Perú y parte de Ecuador. Mi gran sueño es recorrer toda América del Sur”, dice con los ojos encendidos. La ruta ya lo llama.

“Todos los motoqueros hablamos de la sensación de sentir el viento en la cara, pero es mucho más que eso. Es libertad total. Sentirte parte del paisaje, los sonidos, los aromas… es un contacto directo”, cierra. Y sí, Walter no solo viajó al corazón de los Andes, sino también al de todos los que sueñan con vivir la vida a 100 kilómetros por hora, con la libertad como destino.